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Por Ivette Estrada

Características de la personalidad desde siempre se dividieron en mayoritariamente femeninas o masculinas. Se trata de una bifurcación para ahondar en las brechas de género, en tratar de catalogar y segregarnos.

Existes estudios mañosos que incluso aseveran que en las economías donde existe mayor igual de género las características de personalidad de uno y otro sexo son más notables. ¡Craso error! Esta división tiende a bifurcar y establecer modelos idéneos de lo que es la femineidad y masculinidad.

En la medida que “aceptamos”, tácita o explícitamente que “debemos” tener determinadas características de personalidad en razón del género, ahondamos en los estereotipos y prejuicios.

Minimizar los caracteres andróginos, por otra parte, es apoyar la unificación del ser. Es decir, aceptar que un hombre puede ser amable y una mujer asertiva. Que no hay nada predeterminado, que todo obedece a nuestros credos, marco referencial, estirpe…

¿Cómo debe ser un hombre?, ¿Qué se considera idóneo en una mujer? La tarea es perniciosa e inútil. Cada uno somos un conjunto inacabado de rasgos. Cada uno aparecemos en el mundo y cumplimos nuestra misión de maneras únicas porque nadie es como nosotros.

No nos endilguen ninguna característica a priori. Ser de uno u otro género no nos obliga a abrazar determinados rasgos dictados por la conveniencia social.

Si antaño los roles de género fueron más estrictos en aras de preservar la familia tradicional y la preservación de los bienes, la incorporación de la mujer a la población económicamente activa cambia radicalmente las necesidades de ser de determinada manera o “parecer”.

Ya no existen los acotamientos ancestrales geográficos: ella al interior del hogar, él fuera. Ella dedicada al cuidado de la casa y las necesidades de sus habitantes. Ël para consolidar triunfos y conformar transformaciones en el mundo. Hoy las funciones se enlazan. Hoy es imposible persistir en lo que es bueno para uno u otro género.

Emerge una nueva femineidad pero también se renueva el concepto de masculinidad. Los márgenes de las actividades, actitudes y rolos se desdibujan.

No se trata de abrazar para sí los caracteres que se endilgaron históricamente para el otro sexo. Es admitir que cada uno de los seres de este mundo somos únicos y podemos tener infinidad de caracteres de personalidad sin sesgos ni imposiciones.

Finalmente, la batalla no es destacar de manera controversial o entablar una lucha sin cuartel con el otro sexo. Es armonizar nuestros capacidades, anhelos y sueños.

Por ello, antes de proclamar soy hombre o soy mujeres, deberíamos cuidar de ser humanos, de tratar de tener la mejor versión de nosotros mismos. No importa si para ello incorporamos en nuestra esencia amabilidad, tesón, empatía, fortaleza. Las características andróginas son las que nos hacer eminentemente humanos. Y eso es lo que necesitamos para realmente ser.

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