
Women, walking with what possesions they can carry, arrive in a steady trickle at an IDP camp erected next to an AMISOM military base near the town of Jowhar, Somalia, on November 12. Heavy rains in Somalia, coupled with recent disputes between clans, has resulted in over four thousand IDPs seeking shelter at an AMISOM military base near the town of Jowhar, with more arriving daily. AU UN IST Photo / Tobin Jones. Original public domain image from Flickr
Por Mauricio Palomares
En un mundo marcado por el colapso climático, la migración ya no es solo una cuestión económica o política, sino una consecuencia directa del desequilibrio ambiental. Hoy, millones de personas se ven forzadas a abandonar sus tierras no por falta de oportunidades, sino por falta de agua, de sombra, de cosechas. Ante esta crisis silenciosa pero creciente, un nuevo paradigma ha comenzado a germinar en los márgenes de la ciencia ficción, la ecología y la arquitectura: el solarpunk.
El solarpunk es mucho más que una estética futurista adornada con paneles solares y jardines verticales. Es una corriente de pensamiento, arte y acción que imagina un porvenir post-capitalista donde la humanidad convive armónicamente con la naturaleza, las energías renovables y las comunidades resilientes. Desde esta mirada utópica y profundamente pragmática, un grupo de urbanistas, migrólogos y activistas mexicanos han comenzado a articular un proyecto piloto para crear “corredores solarpunk” en las rutas migratorias del sur de México.
La propuesta es ambiciosa: convertir los albergues para migrantes y estaciones de tránsito en espacios autosustentables, alimentados por energía solar, recolectores de agua pluvial, bioconstrucción y agricultura regenerativa. En Chiapas, por ejemplo, el colectivo “Futuro Común” ya trabaja con migrantes centroamericanos en la rehabilitación ecológica de un antiguo terreno baldío que ahora produce tomates, acelgas y nopales mediante permacultura. A cambio de su trabajo, los migrantes reciben alimentación, refugio digno y capacitación en tecnologías verdes.
“Queremos demostrar que se puede transformar el desplazamiento forzado en una oportunidad de reconstrucción biocultural”, afirma la arquitecta Ana Lucía Carrillo, coordinadora del proyecto. “No es caridad, es justicia climática aplicada”. Carrillo explica que la clave es romper con la visión asistencialista de la migración y, en su lugar, ver a las personas en movimiento como agentes de innovación ecológica.
El plan también contempla establecer microcentros de energía solar comunitaria cerca de los pasos fronterizos más transitados, con acceso gratuito a recarga de dispositivos móviles, conexión a internet y módulos de primeros auxilios. Estos centros, construidos con materiales reciclados y diseño bioclimático, funcionan como estaciones de descanso pero también como nodos simbólicos de una utopía posible: una red continental de solidaridad energética y ambiental que atraviese América Latina.
En la frontera norte, una iniciativa similar ha comenzado a tomar forma en Sonora, donde organizaciones binacionales están construyendo un “campamento de transición climática” para migrantes retornados, con tecnologías solares desarrolladas por jóvenes científicos del Tec de Monterrey y la Universidad de Arizona.
Los detractores advierten que estas propuestas podrían ser vistas como formas de “contención amable”, que institucionalizan la permanencia temporal de las personas migrantes. Sin embargo, los impulsores del enfoque solarpunk lo ven como lo opuesto: no se trata de frenar el movimiento, sino de dignificarlo y enlazarlo con la transición energética global. “En lugar de muros, necesitamos jardines solares”, apunta Carrillo con convicción.
En un tiempo en que la migración se politiza y criminaliza, el solarpunk ofrece una salida poética y viable: un porvenir en donde el desplazamiento humano se acompaña con dignidad, tecnología limpia y esperanza ecológica. Es, quizás, la utopía que más necesitamos: una donde la frontera más importante sea la que trazamos entre la destrucción y el cuidado.